Este relato bíblico del libro de los Hechos de los
apóstoles, capítulo 10, nos demuestra que Dios no hace distinciones de ningún
tipo y tiende sus brazos a todos por igual.
Así nos lo muestra San Pedro, que no duda en
acudir a la cita con el centurión romano a pesar de estar prohibido entrar en
casa de extranjeros por aquel entonces.
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